¿Quién pone el cascabel a los actos vandálicos?
Tras la lamentable muerte del modesto trabajador municipal Eduardo Lara, en la desatada e incontrolada violencia que se produjo en Valparaíso el pasado sábado, el Gobierno haría bien en despachar, aun antes que debute, una “agenda Corta” para la Agenda Corta Antidelincuencia.
Si, porque ya es hora que nuestro país admita que el vandalismo está instalado en el país como una repudiable práctica que deja una estela de destrucción y que como trágico saldo en esta última manifestación cobró la vida de un modesto trabajador que por decisión voluntaria y de compromiso con su labor, permanecía custodiando su lugar de trabajo en prevención a estas manifestaciones que ya se anticipaban cruentas. Las mismas que son el corolario, el colofón a toda manifestación que se hace en nombre de la Democracia.
Si bien el vandalismo no es una manifestación que se resuelva con represión, los trágicos acontecimientos ocurridos en Valparaíso ameritan de una solución cortoplacista que inhiba a los protagonistas de estas deplorables prácticas, con el fin de resguardar la vida de la mayoría de chilenos que rechazan este denostable pillaje.
Su solución radical se sitúa en el largo plazo y es responsabilidad cada una de las familias para educar a sus hijos en el manejo de sus frustraciones por la vía pacífica y de la argumentación. Tema complejo hoy cuando la calidad educacional está fuertemente cuestionada y en una época en que muchos padres ejercen una especie de proteccionismo y de justificación del actuar de sus hijos, aun en comportamientos reprochables. Y de una gran mayoría parental que está convencida que la formación filial puede ser traspasada a cabalidad a los educadores.
Los trágicos hechos ocurridos en Valparaíso traspasaron el límite de lo tolerable, como ya se ha extralimitado lo aceptable para que la ciudadanía sobrelleve la delincuencia en todas sus formas.
El vandalismo es por lo demás, una suerte de delincuencia disfrazada de protesta y se hace necesario sincerar que la vulneración del comportamiento permitido no es sino un delito.
El actuar de los vándalos que se filtran en las manifestaciones y que actúan a rostro cubierto para cometer delito inflagrante está justificando que se aplique el resistido control de identidad.
El uso de una capucha que encubre el rostro y por tanto su identidad, en tanto se participa de una turba descontrolada, agresiva y destructiva es causa suficiente para ser detenido y sometido a proceso y respalda a plenitud el control de identidad
Bajo la misma lógica que se aplica a quienes huyen después de haber causado un accidente o quienes se resisten a someterse al test de alcoholemia en las mismas circunstancias.
Hoy los vándalos son grupos antisistémicos que quedan libres por falta de pruebas en la comisión del delito, como si incendiar un inmueble, causar destrozos y daño a la propiedad pública no fuese fundamento válido.
De 27 detenidos el sábado, apenas 2 serán procesados. y un centenar se refugió en el anonimato.
El término vandalismo es una extensión apelativa proveniente de pueblos bárbaros en tiempos históricos. Los bárbaros también por asociación caen bajo el concepto que se ocupa hoy para calificar a aquellos que en su paso van causando destrucción y muerte.
Y otros sinónimos reconocidos para los vándalos son el salvajismo y el pillaje. No hay significado positivo vinculado al término.
Lamentable en estos trágicos acontecimientos fueron las declaraciones de la diputada Camila Vallejos quien atribuyó este deplorable saldo al actuar de Carabineros y dedicó apenas media línea al asesinato de un trabajador.
Hubiese sido deseable que sus declaraciones tuviesen el mismo énfasis que el año pasado cuando tras quedar gravemente herido el estudiante Rodrigo Avilés por efecto del guanaco, solicitó perseguir y procesar a los culpables y emitió, junto a los integrantes de la bancada estudiantil una declaración pública de repudio al lamentable hecho. A la fecha hay silencio en un hecho de mayor gravedad que merecía al menos una condena similar.
El vandalismo en Chile, se practica para celebrar y para protestar.
Los triunfos de “la Roja” han concluido siempre en vandalismo, al punto que agotó el estoicismo de los choferes del Transantiago, quienes en el último de los mal llamados “clásicos” resolvieron no salir a trabajar para evitar los desmanes, la destrucción y resguardar su vida.
La muerte de Don Eduardo Lara les dio la razón y justifica plenamente su decisión que dejó a los santiaguinos a pie e inmovilizados.
Lo grotesco en Valparaíso en el curso de las manifestaciones del pasado sábado fue el instante en que mientras se confirmaba la muerte de Don Eduardo, avanzaba hacia ese lugar una “batucada” acompañada de jovencitas practicando sensuales bailes y estridente música, consonante con la celebración de un carnaval y disonante con la muerte de un trabajador, tras el cobarde lanzamiento de un artefacto incendiario.
Este puerto, habitado por gente de trabajo, en su mayoría modesta y enfrentada permanentemente a múltiples desastres, no se merece esta “fiesta de desquiciamiento” en nombre de la Democracia.
Valparaíso, con estas últimas manifestaciones, enfrenta pérdidas patrimoniales y de documentación irrecuperable. Todos estos desmanes han alterado el normal trascurrir de una ciudad, con daño a trabajadores y a pequeños comerciantes que en cada movilización optan por cerrar sus fuentes de trabajo.
¿Quién responde por este statu quo?
¿Y quién pone el cascabel a estos abominables actos vandálicos?
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