Hace exactamente un año escribíamos para el Semanario “Tiempo” de La Serena una columna sobre el conflicto en la Región de la Araucanía, a propósito de un nuevo aniversario de la muerte del mapuche Matías Catrileo y del reciente deceso del matrimonio Luchsinger en la localidad de Vilcún.
Ambos representaban de manera muy trágica el choque entre Dos Mundo y así titulamos nuestra columna. Hoy a 365 días nada ha cambiado: no hay Política de Estado en pos de un acercamiento de dos culturas llamadas a coexistir. Así como lo he visto en viajes a Ecuador y como lo observé recientemente en una fugaz estadía de trabajo en Bolivia. En los dos países las etnias son respetadas, y eso sólo me hace mirar a ambas naciones como más desarrolladas. En Chile, en cambio, debemos plantear Políticas de Estado y esfuerzos por ambas partes para llegar a respetarnos. Como si el respeto no fuese connatural a una sociedad civilizada, como si la historia de ambos grupos no debiese también ser respetada.
Este es uno de los tantos puntos negros de nuestro país por el cual- reitero- estamos distantes de las aspiraciones de calificarnos en propiedad como desarrollados.
Se busca “apaciguar”, “pacificar” ¿Y por qué no “unir”, “cohesionar”, “acercar”? La torpeza con que tradicionalmente todos los gobiernos han manejado el tema debe llevarnos a reflexionar sobre la estrategia para abordar este conflicto que no beneficia a nadie. ¿Por qué no buscar un desarrollo económico conjunto? Me pregunto si se han hecho esfuerzos para generar un cluster económico uno de cuyos objetivos, tal vez el principal, sea el cohesionar ambas culturas. El perfil económico de la Región de la Araucanía permitiría aquello.
Replico entonces, la columna escrita hace un año, en enero de 2013: nada de lo que en ella expreso ha cambiado: y todo sigue igual. Lamentable.
DOS MUNDOS
(Semanario “Tiempo” – Enero 2013 )
Somos un país de contrastes profundos.
De grandes diferencias geográficas y casi todas las restantes asimetrías las hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra historia.
La más compleja nos hizo empezar mal este año que estimamos será “iracundo”. El conflicto de la Araucanía rebrotó apenas transcurridos 4 días del 2013.
Y ha rebrotado porque ha estado ahí, siempre latente. Es subyacente porque es atávico, tiene sus raíces en el enfrentamiento de dos culturas por el dominio de la tierra. Se expresa además en una zona de interés en la producción del país que ha perdido plusvalía a consecuencia del permanente conflicto. Todos los mencionados son factores suficientes para que la nueva escalada de violencia iniciada hace un par de meses continúe.
Se ha calificado el atentado de Vilcún como el “más grave” de este conflicto. Todos los hechos violentos que han culminado con resultado de muerte, que ya por muchos años están ocurriendo en La Araucanía, son de gravedad.
Lo prudente sería desagregar el conflicto y la violencia de la situación en que se desenvuelven los asentamientos mapuches.
Esos deben ser los dos pivotes de un gran desafío para el gobierno y todo el país. Y en ambos ha habido un mal manejo.
Así como hemos descuidado la descentralización del país, también vemos con lejanía a nuestros pueblos originarios y eso es como renunciar a la esencia misma. Estamos asumiendo y exigiendo respeto por los derechos de minorías, pero nos olvidamos de la más ancestral: la de las etnias.
Según el Censo 2012- la encuesta que me “olvidó”- los pueblos originarios representan apenas el 4,6% de la población, pero el pueblo mapuche es el 87,3% de esa tasa.
Le siguen los aymarás, con sólo un 7,0% de participación y los Rapanuis con un 0,7%. Por tanto, los mapuches registran la mayor representación demográfica de todas las etnias. Los aymarás y los rapanuis han logrado tener dominio cultural en sus zonas de asentamiento. No así los mapuches que deben coexistir con el “huinca”.
En Isla de Pascua la percepción es estar en tierra extranjera y la expresión recurrente es: “Uds. los chilenos”.
En la Araucanía, en cambio, conviven Dos Mundos, con conflictos históricos por la tenencia de la tierra: un caldo de cultivo para un enfrentamiento permanente, por la significación que tiene ese recurso para los mapuches.
La población indígena total según el Censo se empina sobre los 700.000 habitantes, pero entre las Regiones Octava, Novena y Décima se concentra el 59,1%, con más de 600.000 personas con raíces mapuches. Adicionalmente, un 30,3 % ha emigrado a la Región Metropolitana.
Entre los pueblos originarios, los mapuches presentan el mayor índice de analfabetismo: en zonas rurales llega al 15,3%.
Los años de estudio están por bajo la media nacional y la tasa de desocupación es del 15,4%, en momentos que la tasa país es del un 6,2%.
El 64,8% de los trabajadores mapuches son asalariados y sólo el 4% de los 8 pueblos originarios del país ocupa cargos directivos, apenas 2.400 personas.
Tenemos una deuda de reconocimiento con los pueblos originarios, particularmente con los “araucanos” y una correcta política pública debiera sustentarse a lo menos en una Subsecretaría de Etnias. La institucionalidad aislada que se ha expresado en los 20 años de “democracia” no ha dado resultados. Ni en el reconocimiento a nuestras raíces ni en impulsar su real inclusión en el desarrollo del país.
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