Lo Humano, lo Divino y lo Político del Poeta
La huida de Pablo Neruda por el aun indómito territorio cordillerano que une Chile y Argentina en la zona sur hace 67 años debe ser uno de los episodios más azarosos asumidos por el poeta, aun cuando su vida estuvo pletórica de episodios apasionantes.
Es el tema en que pretendió focalizarse la última producción ya en circulación del cineasta Pablo Larraín que bajo el título “Neruda” ingresó la semana pasada a las pantallas del cine de cadena.
La cinta relata sucintamente el desarrollo de los acontecimientos políticos que llevaron al vate y entonces senador en 1948 a circular clandestino y bajo distintos nombres, al dictarse desde el Gobierno de Gabriel González Videla, a quien el poeta como miembro del Partido Comunista había apoyado en su elección, una orden de detención por injurias y calumnias pronunciadas en el Senado.
A partir de este contexto, el guion se encamina en una mezcla de un fatuo imaginario del Neruda íntimo y hedonista, el poeta comprometido con su creación y la huida apoyada por una red de protección que operó desde el Partido Comunista.
El gran distractor de un filme que se tituló “Neruda” fue su seguidor, el Inspector Oscar Peluchonneau, interpretado por el actor mexicano Gael García Bernal, cuya obsesión por capturar al poeta pasa al primer plano del filme y ya comenzamos a dudar si estamos frente a una cinta focalizada en el Premio Nobel o en su capturador.
Esto último es gatillado por varios elementos y uno de los primordiales es que Peluchonneau se hace presente desde el primer encuadre como una voz en off que va dando cuenta del relato.
Sumemos al excelente actor que es García, quien, sin desmerecer la actuación de Luis Gnecco como Neruda, una vez más demuestra su gran oficio como intérprete de nivel internacional.
Esto último es lo que destaca la figura del mexicano quien actúa hasta con los ojos. El es un actor de pantalla plena, aun en este filme en que se observa muy restringido a la dirección de Larraín.
Y el final de la cinta, con escenas dedicadas en plenitud al perseguidor y donde se queda en el tintero la figura de Neruda, y no podemos si no cuestionar si esta sexta producción de Larraín, a quien elogiamos en “EL Club”, en realidad quería relatarnos el drama del detective.
Larraín urdió desde la cinematografía un enfrentamiento lúdico entre el poeta y su cazador.
Gnecco muestra luces opacadas a rato por una sobreactuación, creemos proveniente de su extensa trayectoria arriba de las tablas teatrales.
Excelente ambientación del Chile de los 40.
La fotografía, la banda sonora, el detective, la voz en off y el final nos muestra una película con concesiones al Cine Negro y eso lo valoramos, en tanto, nuestro Cine debe comenzar a avanzar más allá de relatos lineales y en esta producción ya se observa ese esfuerzo. Hay aquí un asomo de un Cine que puede sumarse a las ligas internacionales bajo la mano de un director que pese a tomar un tema al que sabía se le demandaría ajustes biográficos, se escapa con una versión propia que no se ajusta a los convencionalismos.
Los nerudianos han criticado el retrato que se hace del poeta, sin entender que el Cine es ficción, con concurrencia de un equipo y de componentes audiovisuales que harán un constructo del personaje y sus circunstancias y para eso usarán los códigos propios de la expresión cinematográfica.
Larraín, por lo demás, nunca comprometió una biografía (biopic). Tal cometido resultaría complejo resumir porque cada episodio de su azarosa vida puede generar un filme.
Ya hay dos versiones de “El Cartero” que como tiene un retrato más amigable del Nobel, nadie criticó.
La producción de Larraín recibe disparos en esa línea porque muestra a un poeta de carne y hueso, con sus pequeñeces y debilidades, como todo ser humano y a ello se entrega esta versión fílmica.
El propio Víctor Pey, quien lideró junto al PC la salida de Neruda hacia Argentina, reclama por el desajuste del relato con lo sucedido, sin asumir que la película que vio es ficción y no un documental.
“Neruda” no superará otras producciones de Larraín (“Tony Manero”, “No”, “EL Club”) pero hay que valorarla como producción chilena de un director y guionista que no ha sido seducido por nuestro deplorable cine comercial de producciones vulgares y que está siendo valorado por sus pares internacionales.
Llevar hacia las nuevas generaciones un retrato de uno de nuestros Nobel y de un episodio dramático que pisa los talones a nuestra lastimosa politiquería de 67 años después, da valor a esta versión recomendable para ser vista como una evidente inserción del Cine chileno en la cinematografía mundial.
No es menor que Larraín esté ahora en Estados Unidos filmando su primer largometraje internacional, en una propuesta que aborda otra figura mundial, Jackie Kennedy, y si sigue la línea de “Neruda”, debiéramos ver una versión de la desaparecida Primera Dama norteamericana en sus rasgos menos formales y protocolares, asomando, al igual que Neruda, en un ser de carne y hueso.
Es la magia del cine que da vida a quienes ya se han ido.
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