En estas páginas recordamos anticipadamente el cumpleaños 110 de nuestro gran poeta Pablo Neruda, el pasado 12 de julio. Esa fecha es natalicio para quienes han partido, pero no queda eso muy claro en quienes han honrado a un país, en este caso con el reconocimiento de la literatura universal.
Un escritor nunca muere, mucho menos aquellos que están a la altura de nuestro vate quien nos regaló un segundo Premio Nobel, y quien ha sido tema de películas , libros, documentales. Su obra ha circulado por el mundo y sus poemas musicalizados.
Decíamos en nuestro primer artículo http://agendalternativa.cl/neruda/ que su vida fue de luces y de sombras, como la de todos y tal vez la más oscura se relaciona con su hija Malva Marina, pero esa hay que remitirla al respetuoso escenario de la intimidad personal a que todo el mundo tiene derecho. Cuando livianamente criticamos el comportamiento de alguien, lo hacemos en muchas ocasiones desde la ignorancia de los dolores, razones y justificaciones, que puede explicarlo y ahí, en nuestra crítica, ya estamos invadiendo un terreno muy personal.
Pero para cerrar la referencia a su hija, digamos que le otorgó un nombre- Malva Marina- muy poético y también que habla de los lazos que el poeta tenía con el mar.
Es la arista que abordaré en este artículo. Quienes estamos profundamente conectados con el mar, siempre nos persigue la compulsión a buscarlo como nuestro horizonte. Personalmente mi insoslayable vinculación marítima es también en el sentido de la libertad, en términos que el mar es a nuestros ojos el horizonte infinito, con una amplitud que se abre en la perspectiva literal que se desea también para el pensamiento, la creación y la autonomía personal.
En ese aspecto, si revisamos la poesía de Neruda, su versatilidad y diversidad temática, da cuenta de ello: la composición de su poemario habla de la navegación del vate por una infinidad de contenidos que le inspiraron y le llevaron a la gloria de la literatura mundial. El no se encasilló ni en una estructura ni en temas a los que capturaba preferentemente de sus vivencias, de aquello que le correspondió vivir sin límites, pero también de la observación profunda de la época en que vivió.
La vida de Neruda fue azarosa y novelesca, y está pletórica de capítulos que se inscriben en esa línea, como cuando aun siendo senador vivió en la clandestinidad, tras la persecución en los años 40 de los militantes comunistas y sobre la cual buscaremos una fecha propicia para más adelante recordar ese episodio.
Una década antes que el poeta se viera obligado a realizar un oculto periplo hacia el sur del país bajo nombres supuestos y lograr salir del país, ayudaba a un significativo número de españoles que llegaron a Chile huyendo de la mano franquista.
De eso hablaremos en este artículo: del “Winnipeg”, de Valparaíso, de Isla Negra, de “La Sebastiana”, de sus barcos anclados en tierra, y de sus paseos por la costa.
Neruda quiso morir junto al mar. Sus últimos días, ya gravemente derrotado por el mal que le aquejaba, trascurrieron en Isla Negra, situada en la V Región, en la provincia de San Antonio.
En un último intento porque se recuperara, su familia resolvió trasladarle a Santiago, donde aun existe un velo de duda sobre si su lamentable muerte el 23 de septiembre hace ya 41 años fue por causas naturales o manos negras la precipitaron. A la fecha, las indagaciones han sido negativas y se mantiene la tesis que su deceso se inscribió en su enfermedad y esperemos que así sea para que no agreguemos a nuestra historia reciente otro pecado colosal.
Recordemos primero su participación como organizador de la travesía cumplida por el carguero “Winnipeg” desde las costas francesas a Valparaíso en una misión humanitaria que a un grupo de españoles les significó consolidar profundas raíces con el primer puerto del país.
Neruda, el Presidente Balmaceda y otros colaboradores participaron en una cruzada para sacar desde campos de concentración franceses a un número cercano a 2.200 españoles que estaban allí en precarias condiciones confinados por la bota franquista. El grupo emprendió camino a la libertad a bordo del barco de carga “Winnipeg” que llegó en 1939 a las costas de Valparaíso.
El navío era de dimensiones estrechas pero de alguna manera contuvo a estos 2.200 refugiados que veían en esta travesía su crucero hacia una nueva vida.
Niños, adultos y jóvenes componían el contingente de españoles que finalmente afincó en Chile. Pocos retornaron a su patria años después, los menos se radicaron en países vecinos, pero un grupo importante se cautivó con la bahía porteña donde decidió fundar familia.
En Valparaíso, que alberga a un mosaico de foráneos provenientes desde todas las latitudes, los pasajeros del Winnipeg fortalecieron la sólida colonia española que ha hecho de este puerto su segunda patria. En su gran mayoría son comerciantes, que conservan sus tradiciones transmitidas a descendientes.
Fue el episodio solidario que protagonizaron Neruda y el Presidente Balmaceda tras los horrores de la cruenta Guerra Civil Española.
El poeta estaba muy conectado tanto a España, donde prestó servicios en el consulado chileno, como a Francia, país en el cual también ejerció labores diplomáticas. Estas conexiones le sirvieron para llevar a cabo la misión encomendada por el Primer Mandatario.
El navío zarpó desde el puerto francés Trompelouc-Pauillac y arribó a Valparaíso el 3 de septiembre de 1939.
A bordo del Winnipeg venía Víctor Pey, quien hasta hace algunos años mantuvo litigio con el Gobierno de Chile por la propiedad del matutino “Clarín”, de línea editorial socialista y muy ligado a la administración del Presidente Allende. Este periódico tuvo gran protagonismo en los años que antecedieron al quiebre de la democracia en Chile en 1973.
El episodio del “Winnipeg”no es el único que une a Neruda con Valparaíso. El escritor viajaba constantemente a este puerto, donde tenía uno de sus tres refugios, hoy convertidos en Casas Museos, que bien vale la pena visitar, pues es internarse a los años 50 y 60 y a la etapa coleccionista del Nóbel.
Junto a “La Chascona” en Santiago y la de Isla Negra, también en la V Región, la “Sebastiana” es virtualmente un navío que pareciera que un temporal de viento y copiosa lluvia característicos de Valparaíso hubiese lanzado a las alturas de un roquerío, y allí permanece aun oteando permanentemente hacia el mar. Fue el atalaya que el poeta escogió para tener frente a sus ojos la extensa bahía porteña. En “La Sebastiana” Neruda organizó variados miraderos: desde su dormitorio, desde la terraza y por donde Ud. circule, su horizonte es el mar, que él tiene tan presente en su poemario.
Me imagino que él en esa casona se sentía capitán, haciendo gala de sibarítico anfitrión.
Allí están situados mascarones de proa, campanas, catalejos y todo tipo de adminísculos que le conectaban con ese mar que es imposible no amarlo desde el sector que nos situemos a contemplarlo en la hermosa bahía de Valparaíso.
Esta misma línea de colección se replica en Isla Negra, donde la propiedad nerudiana semeja un barco varado en algún roquerío de baja elevación. Ese imaginario genera esta casona enclavada en una playa.
En ambas viviendas, hoy Museos, hay también una gran colección de caracolas, algunas de las cuales, el poeta seguramente recogió en largos paseos que realizaba por la costa, acompañado por su mujer y su perro.
También resulta notable su colección de botellas que, si echamos a volar la imaginación, podrían ser productos que algunas marejadas dejaron en orilla de playa.
En “La Sebastiana” está hoy instalada la Fundación Pablo Neruda.
La casona de 4 pisos- ubicada en el Cerro Florida- recibe un flujo permanente de visitantes chilenos y extranjeros que se encantan con la enorme colección de mapas, catalejos, cuadros, utensilios varios, pero también con la espectacular vista hacia el mar.
Este refugio porteño también inspiró al vate, quien le dedicó una de sus obras: bajo el simple título “A la Sebastiana” es un poema casi desconocido. Extenso, consignemos aquí una estrofa que resume la conexión de Neruda con Valparaíso:
La casa crece y habla,
se sostiene en sus pies,
tiene ropa colgada en un andamio,
y como por el mar la primavera
nadando como náyade marina
besa la arena de Valparaíso,
ya no pensemos más: ésta es la casa:
ya todo lo que falta será azul,
lo que ya necesita es florecer
Y ese es trabajo de la primavera
El poeta adquirió el inmueble en obra bruta y la terminó de construir y de alhajar. En el inmueble pudo dar rienda suelta a su espíritu creativo y de coleccionista. Este verso expresa que esta casona era también obra suya. A él le gustaba sumergirse en el mundo de las antigüedades.
Otra estrofa de este poema dedicado a “La Sebastiana” habla de esta afición y de cómo cada avance de la casa estuvo bajo su mando, su creación, su ideario de vivienda frente al mar.
El siguiente verso da cuenta de la sensibilidad de Neruda con respecto a los objetos más cotidianos. Aquí hace una poesía de la función que cumple una puerta, y revela una capacidad notable para versificar cada objeto que le rodea. Era, por tanto, un hombre pleno de sensibilidad por lo rutinario con lo cual también daba curso a su inspiración.
Aquí lo insertamos
Me dediqué a las puertas más baratas
a las que habían muerto
y habían sido echadas de sus casas
puertas sin muro, rotas, amontonadas en demoliciones,
puertas ya sin memoria,
sin recuerdo de llave
y yo dije: “Venid a mí puertas perdidas:
os daré casa y muro y mano que golpea,
oscilaréis de nuevo abriendo el alma,
custodiaréis el sueño de Matilde
con vuestras alas que volaron tanto
Eran los años cuando a los chilenos nos invadía la tontera por adquirir casonas “modernas”, estandarizadas, donde lo antiguo era para muchos hasta vergonzoso, de “menos pelo”, desechable.
Eso no aplica en Valparaíso, donde podemos hacer un recorrido por los cerros observando puertas, ventanas, rejas, mampostería noble y antigua que hoy no encontramos en los supermercados que nos ofrecen el producto seriado, carente de mano artesanal y por tanto de vida propia.
El alma poética de Neruda sabía apreciar lo antiguo por su nobleza, y de eso habla esta estrofa que ya compartí con Uds- Les invito por tanto a leer completo ese poema dedicado a “La Sebastiana”.
Su casa de Isla Negra, en la comuna de El Quisco, guarda similar estilo: es la mano del poeta.
Este segundo refugio, al que permanentemente llegaba, repite su conexión con el mar y los tesoros que este guarda.
Construida en un montículo de escasa altura, desde su acceso nos encontramos en la playa y el mar que en tanto poemario fue su horizonte para dar lugar a su vasta creación poética.
En el acceso, recibe a los visitantes una campana de navío, una reliquia que está dispuesta para que su capitán Neruda, quien hace 41 años abandonó este barco varado, llame a su tripulación desde alguna latitud.
Son pasajes de la vida de Neruda, a quien en este segundo artículo recordamos en sus 110 años en su fructífero paso por la V Región, Valparaíso e Isla Negra.
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