Este año se cumplen 110 años del nacimiento de Pablo Neruda. Le recuerdo prematuramente porque ese gran acontecimiento será dentro de 2 meses, exactamente el 12 de julio.
Las fechas representativas de nuestros insignes pasan casi desapercibidas a nivel masivo y se circunscriben a círculos literarios.
El chileno está vibrando en otros ámbitos. Probablemente- no lo sé porque no estoy al tanto de las fechas exactas- aun los temas circulantes para el 12 de julio serán en torno al Mundial.
Es totalmente legítimo, pero también debiera haber espacio en la sensibilidad ciudadana para otras áreas como la literatura y especialmente para aquellos que le han dado gloria a Chile en ese ámbito.
El mundo celebra este año los 450 años del nacimiento de Shakespeare y esa conmemoración se extenderá durante todo este año, ya escribiré un artículo sobre ese acontecimiento.
Es de esperar que los 110 años del nacimiento de Neruda tenga similar fuerza en Chile: todo su versátil poemario se lo merece. Dicotómico como él mismo: una personalidad de luces y de sombras, como todo individuo.
Tengo mi propia selección sobre la obra de Neruda.
Hoy recordaré un texto escrito en prosa pero con tono de poema que me hace especial sentido por cuanto se vincula con mi profesión y por su ritmo, colorido y sensibilidad. Y también porque este poema explica por qué Neruda llegó al pináculo de los grandes nombres en la Literatura.
De su Obra póstuma “Confieso que he Vivido”, las Memorias del vate, que nos regala hasta sus últimos pensamientos, elijo el texto-poema “Las Palabras” en torno a cuya temática se atisba el Neruda sensible, el Neruda sibarítico y el Neruda político.
“Las Palabras” es un hermosísimo texto que deseo compartir:
“Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se escuchan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció… Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro…Se lo llevaron todo y nos dejaron todo…Nos dejaron las palabras”.
Pablo Neruda
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