El indigno trato de querellantes en el Caso Tsunami
La Justicia hace “justicia” a su figura: es ciega y sorda
Cada vez concuerdo más con el sociólogo Alberto Mayol, quien en su Libro “El Chile Profundo” plantea la endémica Cultura de la Desigualdad que forma parte del ADN chileno.
Y cuando un comportamiento se enquista en la cultura de un país, resulta muy difícil erradicarlo. Forma parte del paisaje nacional y por tanto no hay sentido de culpabilidad, aunque esa conducta vaya contra los valores que hoy debieran prevalecer.
Por eso, la Desigualdad aflora por todos los poros del chileno. En muchas oportunidades nos hemos referido a esta lacra que Mayol la remite- que duda cabe- a la época colonial de Chile, cuando el “patrón” manejaba sus fundos y sus trabajadores eran una propiedad inherente y decidía qué les otorgaba para comer y dónde vivir.
Ese ”estilo” lo encontramos también en las mineras con el boom del salitre y la existencia de pulperías, donde los trabajadores adquirían mercadería con moneda interna y los propietarios de las minas usufructuaban de un segundo emprendimiento.
Tenemos entre nuestros artículos- de los que recuerdo- uno titulado “Primera y Segunda Clase” y ya publicaré uno difundido la semana anterior por el Semanario “Tiempo” donde sucintamente- de acuerdo a la extensión de la columna- abordamos una vez más las listas de espera en el sector salud.
Barrio, colegios, vestuario, vehículos, color de piel, extranjeros y nacionales, entre otras cotidianeidades están referidas al vasallaje de clases.
Estas dos últimas jornadas, y desde hace 6 años, hemos sido espectadores impertérritos del extenso drama vivido por los familiares de víctimas del tsunami y hemos escuchado impávidos sus testimonios. Hoy nos hemos enterado del indigno trato recibido para presentarse al tribunal en una suerte de exposición que tampoco me pareció muy cristiana, pero que obedecía al deseo de ellos para persistir en continuar con el proceso y no concluirlo con un acuerdo que no les satisface.
Es posible que ese tipo de presentación forme parte de las formalidades de un proceso, pero trasladar a humildes familias hasta Santiago, cuenten y- por sobretodo-rememoren su tragedia para evitar que la Justicia acelere este sexenario proceso, no es lo más presentable.
Se han otorgado varias inexplicables razones para el juicio abreviado- una de ella es que proseguirlo es de muy elevado costo- y la propuesta supone ausencia de condenas, para aquellos funcionarios que debieron cumplir con el deber de alertar a la población del riesgo inminente de un tsunami y no lo hicieron. Según el planteamiento, los deudos deberán satisfacerse con magras compensaciones pecuniarias.
Algunos familiares fueron incapaces de expresarse en la jornada de ayer, aun guardan el sentimiento a flor de piel, pese a los 6 años trascurridos y porque ahora están experimentando el drama de constatar que no habrá Justicia para ellos.
Los imputados tampoco pedirán perdón por la “equivocación” cometida: sólo está considerado una suerte de “comunicado” donde se remiten al reconocimiento de los hechos bajo la premisa que pedir perdón es admitir culpa y eso resulta incongruente con este eventual fallo. Obvio.
El trámite cumplido ayer y hoy en el Centro de Justicia se asimiló a una comedia de equivocaciones: los querellantes dando cuenta de su dolor y los imputados escuchándoles para luego remitirse a aceptar las salidas alternativas planteadas por la Fiscalía. Lo único que debieron hacer los 6 procesados fue pronunciar un “sí” cuando la jueza les consultó si aceptaban el juicio abreviado.
Y ….. ¿para eso se expuso a los familiares en una audiencia que así retratada significó un diálogo de sordos?
Pero el maltrato a los querellantes no se quedó ahí: hoy denunciaron que debieron retornar al sur, una gran mayoría sin testimoniar, porque no hubo asistencia para la alimentación ni hospedaje, al tiempo que la jueza denegó la posibilidad de posponer esta audiencia, sustentada en que ni la Fiscalía ni los abogados de los querellantes- es decir- quienes debieron estar atentos a sus precariedades- plantearon tal necesidad.
Lo sucedido en el Centro de Justicia da cuenta de lo que planteábamos al comienzo: somos desiguales por naturaleza e idiosincrasia.
La Diosa de la Justicia- la tradicional escultura de ojos vendados y balanza en la mano- tiene los ojos vendados bajo la tesis que la Justicia debe resolver sin la consideración de externalizaciones que la desvíen de su objetivo: hacer justicia.
Y su balanza está casi equilibrada, y debiera estarlo tras cada fallo, si se pretende que los tribunales persigan en propiedad que se sentencie en base al mérito de los hechos.
En este caso- y en muchos otros en Chile- esta Dama de la Justicia es simplemente ciega, sorda e incapaz de equilibrar la balanza que tiene en sus manos.
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