Ha concluido la segunda campaña que decidirá quien será la nueva Mandataria en los próximos 4 años a contar de marzo de 2014.
Tal como lo señalé en el ciclo de artículos dedicados a estos comicios, en este balotaje en realidad compiten tres candidatos: las dos abanderadas de las coaliciones gobernantes en los 24 años que llevamos de Democracia y el voto en blanco o de la abstención que en la primera vuelta definimos como el Décimo Candidato y que en el repechaje lo categorizamos como el Tercer Candidato.
En la primera ronda, esta inercia electoral fue la real ganadora: la abstención se llevó el 50% del padrón electoral y los 9 candidatos se repartieron el otro 50%, con el resultado final de predominancia de voto, aunque con un exiguo botín, para la Nueva Mayoría y la Alianza.
Ambas coaliciones no cumplieron sus expectativas el pasado 17 de noviembre, cuando además del voto de militancia y adhesión incondicional debían haber captado al votante indeciso y distante de la política contingente.
En rigor, de acuerdo a los cálculos que hicimos a estimación gruesa, Bachelet logró consignar sólo el 15% del universo sufragante y Matthei apenas 8% del total.
Por tanto, la prenda codiciada de este balotaje es nada menos que el 77% del padrón electoral, un enorme caudal que no debió constituir sorpresa para ninguna de estas dos coaliciones si hubiesen sido realistas en el análisis fino del clima existente en la ciudadanía en los últimos años de desafección de la cuestión política y a lo cual se sumó el voto voluntario, sistema que le ha resultado cómodo a este electorado apático y autoexcluyente.
Por lo tanto, esta carrera frenética que partió el 18 de noviembre y culminará mañana, tiene 2 objetivos. El primero por cierto es llevarse el premio mayor: La Moneda, a la que pretende retornar Bachelet y la que aspira retener Matthei.
Pero hay un segundo objetivo, de gran importancia para ambas coaliciones: crecer en votación para no sufrir el bochorno de que ya sean ganadores o segundones, lo sean por exigua votación.
Una votación mayoritaria y aplastante debiera superar el 60% no del sufragio manifestado sino del padrón electoral, un escenario por el cual nadie apuesta, lejana a toda proyección.
En rigor daría legitimidad a la coalición triunfante para llevar a cabo e imponer su propuesta.
Sin embargo, que se cumpla tal expectativa, reitero, es remoto y estimo que la abstención- mi tercer candidato- mantendrá su importante capital.
Por cierto, tal comportamiento no le hace bien a la democracia pero será beneficioso para el país y particularmente a estos conglomerados que han participado del poder en los últimos 25 años que deberán aprender la lección, de condescender y contemporizar con la Oposición, pero principalmente con la ciudadanía y sus demandas, me refiero a las prudentes y las razonables, que ésta tiene el genuino derecho a aspirar.
Mañana analizaremos los resultados finales.
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