El siguiente artículo es una muy bienvenida colaboración de nuestro lector (y mi queridísimo hijo) Pablo Manouvrier Pozo, quien escribe desde Turquía, a donde le llevó su espíritu viajero, uno de los tantos intereses que compartimos. La siguiente es la experiencia de Pablo en su fugaz paso por Estambul y que quiere compartir con nuestros lectores:
Turquía es un país fascinante y encantador. Debiera disponerse de al menos un mes para conocerlo completamente.
Sin embargo, en tan sólo un día en Estambul, su principal ciudad, puedes tener una experiencia frenéticamente entretenida.
Desde luego, si vienes llegando en auto, puedes extraviarte en su intrincada red de calles continuas, sin conexión con otras y circulas y circulas sin fin, llevándote precisamente a cualquier parte, menos a donde quieres ir.
Cuando te enteras luego que en esta ciudad viven más de doce millones de personas, comprendes parte de su complejidad y al mismo tiempo terminas respetando la forma imprudente, pero no agresiva con que conducen sus vehículos. A pesar del exceso de velocidad, de los muchos autos y del caos general, casi no se escuchan bocinas y no se ven accidentes ni actitudes agresivas.
También puedes maravillarte cruzando el Gran Cuerno de Oro y estar en Europa y en Asia varias veces en un solo día.
Continuando, no dejarás de asombrarte con la majestuosidad exterior y belleza interior de la Mezquita Azul. Además, mientras caminas sin zapatos dentro del templo, sobre su bella, gigantesca y mullida alfombra podrás apreciar la simpleza de los templos islámicos (y sentir la mayor concentración de hedor de pies que puedas experimentar); y, por último, si te das un tiempo, puedes acercarte también a conocer un poco del Islam. Para quienes hemos vivido en la incultura y desinformación que muchas veces la prensa no se encarga de despejar, resulta sorprendente saber que el Islamismo no es la religión de Mahoma, sino la religión de la paz.
Sí tienes tiempo, también puedes encontrar muchas obras que dan cuenta del paso de Roma por estas tierras, como la cisterna subterránea que surtía de agua al palacio real y que constituye una magnífica obra con ladrillos y pilares majestuosos que se recolectaron de diversas edificaciones, incluidos dos con rostros de medusa en grandes dimensiones. Justiniano fue también quien ordenó construir Aya Sofya, que tuvo sus inicios como iglesia cristiana y que luego, irónicamente, pasó a ser mezquita, para terminar como museo a tan sólo un par de cuadras del hipódromo que solían tener los romanos en Constantinopla, hoy convertido en una apacible plaza con dos robustos obeliscos uno, nuevamente romano, y un segundo egipcio, más los restos de una bella columna serpenteante griega.
En ese recorrido de 24 horas es imposible pasar por alto los llamados a rezar que los parlantes de las torres que las muchas mezquitas de la ciudad difunden para todos y ver cómo los turcos se detienen en sus actividades cotidianas a orar en cinco oportunidades en el día.
Avanzar en una sola jornada por Estambul permite también conocer la amabilidad y hospitalidad de su gente, quienes, a pesar de estar en el medio de Oriente y Occidente, no logran comunicarse más que con una sola palabra en inglés, pero que sintéticamente, te transmiten lo necesario para seguir adelante y están siempre atentos a ayudarte. Estar acá es tomar muchas tazas de té que las personas te invitan en cada momento, ver a los turcos concentrados en juegos de mesa, fumando o con un rosario entre sus manos.
Comprando en Estambul comprendes que la negociación es un juego, rápido y entretenido y que, por sobre todo, es sin peleas ni enojos. Es imposible, en fin, no ser embaucado, a lo menos por una vez, por un comerciante que quiere aprovechar la oportunidad de llevarte a su negocio. Se dedican todo el día a recoger personas de la calle y el esfuerzo vale la pena, pues saben que con algo saldrás del negocio.
Mientras caminas por sus calles, puedes apreciar los bellos jardines públicos de que dispone la ciudad, cuidadosamente mantenidos y con muchos tulipanes de todos los colores. Además, tomando una pausa y mirando a las personas que circulan por las calles, verás una variada fauna humana y por seguro te deslumbrarás con las atractivas y definidas facciones de las mujeres turcas que en muchas de ellas contrastan tonos morenos con unos intensos ojos verdes.
Con tanta agitación, no puedes dejar de relajarte en un baño turco. Es un verdadero viaje en el tiempo al estar al interior de un edificio construido en 1584, tumbado y transpirando sobre un delicioso mármol caliente y teniendo sobre ti un duomo que, a pesar de ser iluminado con una simple ampolleta, te traslada mentalmente muchos siglos atrás. Los hombres que te proporcionan los baños de jabón y masajes con aceite pareciera que se mueven con displicencia y desgano, sin embargo, la calidad de su trabajo y lo simple de la propuesta, supera por lejos al mejor y más sofisticado de los spas del sector Oriente de nuestra capital.
Y si de comida se trata, la hay de los más variados tipos, pero la mejor forma de concluir un solo día en Estambul puede ser aventurarte con unos deliciosos mariscos y pescados del Mar Negro y saborear un exquisito vino blanco turco. Ahora, si quieres experimentar más aún con las costumbres locales, puedes atreverte con el Raki, pero, por favor, bébelo lento y en proporciones razonables, pues si te agarra mal parado, tendrás una curadera de aquellas.
En fin, todo eso puedes encontrar en 24 horas en Estambul, y todavía están quedando fuera muchas cosas más. De manera que sí algún día visitas esta ciudad, reserva una semana para aprovecharla completamente.
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