“El Último Tren” : Soberbia y Valiente
Vimos el pasado fin de semana una obra teatral a la que debieran asomarse las nuevas generaciones para que tengan una mayor proximidad de lo que sucedía en el día a día en tiempos de la dictadura.
“El Último Tren” se está representando en la Sala “Antonio Varas” de la Universidad de Chile (Morandé 25, Santiago) con un elenco encabezado por 2 actores de elite: Ramón Núñez (Premio Nacional) y Elsa Poblete.
Dirige su propia producción un segundo Premio Nacional: Gustavo Meza, quien ha estado ya por casi medio siglo difundiendo las buenas representaciones en tabla.
La línea de Meza está en las antípodas de las obras livianas- que las respeto porque son una opción- porque Meza va en la dirección del teatro tradicional y se mueve entre autores contemporáneos de la talla de Juan Radrigán y un clásico tan sublime como Shakespeare.
Actor, director y dramaturgo, cuenta con su propia sala, el Teatro Imagen, y también con una escuela de actores desde donde han egresado grandes figuras.
Ramón Núñez también es un actor de marca, quien, pese al transcurso de los años, mantiene en los espectadores el deleite por verle actuar.
“El último Tren” es un trozo del Chile trasversalizado por la dictadura, por un país que cambiaba a fuerza de la imposición y sin posibilidad de debate.
Meza llevó a las tablas el drástico desplome de esa columna vertebral que se extendía de norte a sur y que era el paso del tren, en torno a la cual, había una cultura de ser ferroviario.
Personalmente, como procedente del puerto de Valparaíso, en esa época estaba dividido en tres sólidos gremios: los portuarios, los ferroviarios y la Marina.
Por cierto, el único gremio que subsistió fue el de la Marina, a la que agradecemos que ahora esté concentrada en su quehacer propio, la flota nacional.
Pero los portuarios sucumbieron a la tecnología y porque los militares no deseaban contar con una clase trabajadora capaz de paralizar las actividades. Los ferroviarios lo hicieron por razones, se dice económicas, se dice estratégicas, aunque por estrategia debió conservarse esta columna que debe ser muy sólida en un país largo y angosto como el nuestro.
En “El Último Tren” se desliza que Ferrocarriles sucumbió por una cuestión elitista: era el medio de desplazarse de los pobres para llegar a sitios de recreación: ya no los querían allí.
A quienes quieran comprender cómo comenzó a generarse esta gran segregación que hoy experimenta el país, esta obra denuncia una de las estrategias usadas: no había lugar para los modestos, en espacios que comenzaban a ser ocupados por la naciente clase de los adinerados. Y eso se hizo aún a costa de destruir el paso del tren, hoy sólo postales de un Chile nostálgico en muchas estaciones a las que arribaban las familias para disfrutar del campo o de un balneario.
El debut de esta obra de Meza en 1978 fue un acto de valentía: en plena dictadura, retó a ese Gobierno, al retratar a los mandos operativos de las empresas públicas que tras estar a cargo por décadas en sus trabajos, se quedaba ahora sin voz, sin opinión y sin trabajo, si el “interventor” de turno así lo decidía.
A la Estación de Renaico, que existió realmente, llega este “interventor”: alto, bien parecido, traza de estudios militares, voz fuerte e imponente, que avasalla a este jefe de estación quien ha defendido su subestación, a la que ha estado ligado durante su vida funcionaria y que piensa que allí, en la propiedad que le asignaba la empresa, terminaría sus días.
Pero este “enviado” no solo arrasa con la dignidad de Ismael Maragaño (Ramón Núñez) : hay insinuaciones de soplonería y también de chantaje, una actitud muy lábil en individuos que ven amenazados sus trabajos. También seduce a su juvenil hija, y en un sentido perverso, porque estos interventores asumían que llegaban a hacer uso y abuso de quienes encontraban a su paso en los “territorios” asignados. Así, el interventor termina con el trazado de vida que proyectaba el jefe de estación.
“El Último Tren” es una gran metáfora de lo que sucedía en un Chile que debía cambiar por la razón o la fuerza, tal como lo expresaba el Escudo Nacional.
La obra de Meza es por tanto la historia de los sometidos y de quienes someten. Si bien es apenas un trazo, un punto de lo que aconteció en el país, de cómo cambiaron tantas vidas y proyectos, esta realización es una soberbia representante de lo acontecido. Por eso hemos señalado que su debut en plena dictadura fue un acto de valentía. El rol de jefe de estación fue interpretado en esos años por el también excelente actor Tennyson Ferrada.
Fue un agrado ver entre los espectadores nuevas generaciones, asomándose a un Chile que ya no está y observando arriba de las tablas un acontecer que hoy les resulta ajeno, distante, pero que siempre debiera tenerse presente.
Recomendamos esta obra que se representa en la sala universitaria y ojalá tuviese un buen patrocinador para viajar a regiones donde sólo florecen obras livianas y en verano.
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