Inquietan Cifras de Obesidad Infantil
El Simce es una prueba que disgusta a gran parte de la comunidad educacional. Profesores y sostenedores la acusan de difundir información sesgada. La lectura que debería hacerse es que muestra una tendencia y toda tendencia es sesgada pero sirve de alguna forma como una brújula.
Las cifras Simce, como muchas mediciones, son simplemente aproximaciones a la realidad. Por tanto otorgan señales y apuntan a áreas en la enseñanza que presentan algunas debilidades y en otras que evidencian algunas fortalezas.
No existen estudios perfectos, particularmente en el sector social, cuya muestra es el comportamiento de los individuos. Todos tienen un margen de error.
El Simce se inscribe en la categoría de un test, una fotografía de resultados en programas educacionales.
Que también se hace uso publicitario de los resultados, es cierto, pero esto no es posible soslayarlo, porque el ocultarlo en una suerte de secretismo, se contrapone al derecho a información a que tienen los ciudadanos.
Es además un valioso documento para cada plantel que recibe el informe de sus propios resultados para su correspondiente análisis y en ese contexto podrán hacer el filtro de los reparos que les merece la prueba.
Este año una vez más el Movimiento de Padres y Apoderados “Alto al Simce” lideró a distintas instituciones, incluido el Colegio de Profesores, e hizo un llamado a no rendir la Prueba, argumentando que esta medición fomenta la competencia y la segregación.
¿Y quien dijo que la competencia es nociva, si tras aquello que se mide se desea un buen rendimiento?
La segregación no es consecuencia del Simce: responde a otros subsistemas del país y es el resultado de que estamos absolutamente compartimentados por niveles socioeconómicos: forma parte de nuestra cultura. Es lo que el sociólogo Alberto Mayol califica como la cultura de la desigualdad en su nuevo libro “Chile Profundo” que estoy leyendo y ya comentaré justamente en este capítulo en que él asienta la denominada cultura de la desigualdad.
Por tanto, no le echemos la culpa al empedrado, si somos cojos. Creo que aquellos técnicos que denostan del Simce debieran hacer propuestas de reemplazo, como una contribución colaborativa al preocupante problema de la calidad educacional en el país, del cual somos todos responsables.
Hace varios años que estamos escuchando que este test educacional debe ser reemplazado, pero en el transcurso del tiempo nadie ha dado cuenta de estar trabajando en una proposición.
Eliminar el Simce y caminar a ciegas en una gestión de tanta trascendencia como la educación, no es la mejor opción.
Hechas estas reflexiones, destacaré que el último Simce en Educación Física aportó preocupantes resultados sobre un problema de salud que hace años también está presente, pero sobre el cual hay escasos proyectos sólidos para combatirlo como es el de la obesidad infantil.
La última medición, en el universo total de escolares que rindieron la prueba, aportó la inquietante cifra de un 41% de menores con sobrepeso u obesidad.
Ese guarismo es cifra promedio entre los distintos grupos socio-económicos, pero la mayor concentración de niños excedidos en peso se sitúa en el sector medio bajo.
Con toda la vitalidad con que pueden contar escolares entre 8 a 10 años, a pruebas sólo de mediana exigencia a que fueron sometidos dieron por resultado niveles de “aceptable” y “necesita mejorar”.
Eso da cuenta de hábitos sedentarios, teniendo en cuenta que en la tendencia de mayor sobrepeso hay gran responsabilidad de la familia y la escuela sólo forma parte de uno de los ejes para romper con este flagelo.
El mayor sobrepeso está asociado a problemas de salud y en el caso de los niños, simplemente se les está creando una cuenta corriente con cargo a futuras enfermedades.
Algo de este tema abordé en una columna que escribí para Fiestas Patrias, cuando me jugaron una mala pasada las fechas de cierre, que en el caso de los columnistas es anticipado,: En esta ocasión, como la columna fue publicada post-terremoto y tsunami, resultó ser un artículo prácticamente fuera de lugar, desde la perspectiva de la actualidad periodística.
Hoy, a propósito de estos resultados Simce, publico este artículo en que situamos la obesidad chilena como un desafío pendiente.
Un desafío post-“18”
No quise ser aguafiestas de este “18” y elaborar un artículo con un tema negativo. Aunque abundaban.
Pero me quedé con las manos vacías, porque no logré encontrar un contenido positivo, refrescante, esperanzador en medio de la crisis que vive el país.
Unicef- el brazo de Naciones Unidas para la Infancia- fue mi salva-artículo, con su reciente informe que da cuenta de cómo se ha reducido la mortalidad infantil a nivel mundial.
Según la publicación, en los últimos 15 años se han salvado las vidas de 48 millones de niños menores de 5 años. A la vez, la organización estima que otros 38 millones de infantes podrían sobrevivir a su primer quinquenio en los siguientes 15 años, hasta el 2030.
En el último cuarto de siglo- desde 1990- la mortalidad en ese tramo de edad ha disminuido en un 53%.
La tasa anual mundial de reducción de la mortalidad ha sido de un 3,9% en los últimos 15 años, cuando ese índice se ha duplicado.
21 países del África Subsahariana, donde están las naciones más pobres entre las pobres, al menos han triplicado el ritmo de progreso en el combate de la mortalidad infantil.
Estos logros han sido-dice el informe- con soluciones simples, que a nosotros nos parecerán ya de la etapa de la prehistoria en nuestra evolución en salud: atención especializada de pre y postnatal y del parto; lactancia materna; terapia de rehidratación para combatir la disentería y antibióticos para la neumonía.
Aquí viene el lado oscuro del informe: el mundo no cumplió la meta comprometida de reducir en dos tercios la mortalidad en menores de 5 años y por tanto, a finales de 2015, analizado el último cuarto de siglo, habrán perecido 236 millones de niños por causas prevenibles, entre ellas la desnutrición.
Chile dejó atrás esa etapa, cuando el Dr. Fernando Monckeberg inició su cruzada con Salas Conin porque nuestros niños más pobres se morían de desnutridos.
Recuerdo haber visitado esas salas y ver rostros agonizantes de lactantes.
En 40 años (1960-2000) el país redujo su desnutrición de un 37% a un 2,9%, toda una hazaña para una nación tercermundista. Hoy, por contraste, integramos el grupo de los 10 países con mayor obesidad infantil, un síntoma de malnutrición. El 10% de los niños padece de sobrepeso porque lideramos en consumo de alimentos procesados, bebidas azucaradas, pan y comida chatarra.
Y el sedentarismo le ha ganado la carrera a la voluntad de dedicar tiempo para ejercitar el cuerpo.
Suprimir estas malas prácticas- después del “18”- puede ser la clave para combatir la obesidad, base de futuras enfermedades.
Así, si nos parecen simples las medidas para combatir la desnutrición, las de Chile contra la obesidad también son sencillas.
Son un desafío para la familia y para quienes lideran la gestión en salud.
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