Semanas cruzadas por los Derechos Humanos a propósito de las expresiones del ministro que en rigor no alcanzó a ejercer, Mauricio Rojas, han sido las 2 anteriores.
A la designación de la ex Presidenta Bachelet como Alta Comisionada de Naciones Unidas en la materia, hoy el país lamenta el deceso de Andrés Aylwin, un político que dedicó sus esfuerzos, sus contactos y su especialidad a defender a quienes vieron avasallados su Derechos Humanos en tiempos de la dictadura.
Y por cierto se mantiene la verborrea del sector político que nos recuerda que tras 45 años trascurridos y la convulsión de los 16 vividos en dictadura, no logramos superar las diferencias que genera la visión sobre los atropellos registrados en materia de delitos de lesa humanidad. En tal tema focalizaremos el artículo que estamos preparando para Semanario “Tiempo” para este viernes.
La columna anterior abordó la salida de Rojas en su fugaz paso por el Ministerio de Cultura y a propósito de sus afirmaciones señalamos la trascendencia de los Museos como nuestros registros, particularmente los históricos a los cuales no debemos pedirle nada más que retraten un capítulo de la historia.
La Historia es también una interpretación y motivo de polémica. No exijamos entonces que un Museo supere a acontecimientos de los cuales hacemos un acto de fé que así han acontecido.
En Museo de la Memoria y de los Derechos Humanos, sin embargo, tiene el mérito de su carácter testimonial y documental, condiciones que debiésemos valorar nos guste o disguste, porque forma parte de nuestra historia. Su controversia radica en que sus temáticas son controversiales con miradas divergentes en el mundo político, el que ha otorgado evidencias suficientes y abundantes de su incapacidad para respetar y tolerar otras posturas que no sean las propias. Ya en otras crónicas nos hemos referido a la mezquindad política.
Les invito a leer el artículo.
Nuestros Espejos Históricos
Semanario “Tiempo” – 17/08/2018
Todo un récord de Guinness fue la permanencia de apenas 4 días que como ministro tuvo Mauricio Rojas tras conocerse las calificaciones que atribuyó al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos.
Superó a Jorge Inzunza, ex Secretario General de Gobierno durante la administración Bachelet. Inzunza duró en el cargo apenas un mes, tras saberse que prestó servicios a mineras siendo diputado y miembro de la Comisión de Minería.
Las expresiones de Rojas, el rechazo que generó en la ciudadanía, así como la amenaza del mundo cultural de boicotear su presencia inviabilizaron la posibilidad de su permanencia en el ministerio y han impedido una vez más que el Gobierno continúe con su diseño programático. Reactivó además anticipadamente la controversia ya histórica por el “11” a un mes de cumplirse 45 años en el quiebre del sistema democrático.
En lo operativo, la activa relación que él como ministro debía sostener con sectores culturales requería de voluntades, coordinaciones y disposiciones mutuas que se malograron de forma prematura imposibilitando el éxito de su gestión.
Su parafraseo pudo ser explicable y tolerable al calificar al Museo de la Memoria como un “montaje” porque en rigor todas las galerías son un “constructo”, incluidos, como es este caso, las históricas.
También decir que su propósito es “impactar al espectador y dejarlo atónito”, qué bueno que así sea, es el objetivo de toda elaboración dispuesta al escrutinio de la Opinión Pública.
Pero sí se excedió al atribuir a esta muestra “un uso desvergonzado y mentiroso de una tragedia nacional…”, desconociendo el mayoritario carácter testimonial y documental de un capítulo negro en la historia nacional.
Sí estimamos necesario acotar el nombre del Museo y sería necesario precisar que está focalizado en el despreciable capítulo de la Dictadura.
Porque si se entiende que representa trasgresiones a los Derechos Humanos allí debiera estar, por ejemplo, el rostro de Lisette Villa, la menor que falleció por un mal servicio y la indiferencia de una institucionalidad destinada a protegerla y que no lo hizo. Su nombre es símbolo en el atropello de los derechos humanos de muchos niños.
O el de Daniel Zamudio, a quien se le eliminó no por ser diferente, sino porque su condición a la que humanamente le asistían derechos, disgustaba a quienes le agredieron hasta la muerte. Su nombre representa también la discriminación de muchos chilenos.
La nómina de víctima de Derechos Humanos en distintas etapas de la historia chilena es extensa y no cabe duda que los Museos en particular aquellos como el de la Memoria están destinados a recordarnos estas abominables conductas.
Tal vez sea necesario organizar un Museo de la Desigualdad, un espacio que también albergaría el vergonzoso comportamiento que hasta hoy como país somos incapaces de superar.
Nuestros Museos son espejos históricos y hace bien, de vez en cuando, mirarse en ellos.
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