De los chinos podríamos aprender mucho
Las 2 Chinas se enojan para el mundo, pero comercializan como chinos: qué diferencia a lo que nos sucede con nuestros vecinos
¿Cuánto los latinoamericanos podríamos aprender de los chinos? Mucho, pero en particular Perú, Bolivia y Chile, aún enfrascados en conflictos históricos que nos han impedido avanzar en una cooperación mutua para un avance conjunto del desarrollo de nuestros países.
China continental nos está soltando la mano, porque está creciendo menos, y dejará de comprarnos grandes cantidades de productos, pero será a Taiwán, a quien nunca le soltará la mano.
Eso, aunque China Popular, como muchas otras naciones, no reconozca a ese enclave que se autodenominó República de China y ha podido desarrollarse, a pesar que apenas poco más de una veitena de naciones le admiten oficialmente como país.
Esta historia, como el conflicto que llevó a los partidarios de Chiang Kai-Shek, líder del Partido Nacionalista del Kuomintang a refugiarse en la isla de Formosa hace que Taiwán, que carece de todo reconocimiento diplomático, aparezca ante la comunidad internacional coomo el gran enemigo de la China Continental y que este conflicto trascienda como un enfrentamiento políitico e irreconciliable entre el Comunismo y el Nacionalismo taiwanés.
En efecto, para el resto del mundo la República de China es enemiga del régimen de Beijing, pero esa es la fotografía que nos venden porque en la realidad se impone el tradicional pragmatismo chino. El principal socio comercial de China en el sudeste asiático es esta hija que se le rebeló y se independizó: ejecutivos y economistas se mueven entre China continental y la isla haciendo negocios, sin importar sus diferencias ideológicas.
En la reciente celebración de China Popular por los 70 años con que se puso fin a la Segunda Guerra Mundial, que ya abordé, cuando los chinos desplegaron todo su avance armamentista, entre sus invitados estaba una delegación taiwanesa. Y eso es lo normal: isleños van y vienen desde y hacia China continental.
Así como China Popular no abandona sus esfuerzos por unificar el territorio insular y a ambos lados del Estrecho se realizan conversaciones aunque sea difícil que muy pronto prosperen, ambas Chinas tienen sólidos proyectos en pos del intercambio comercial, porque recíprocamente son sus iguales, con quienes se manejan en las mismas lenguas (idioma oficial más dialectos).
Un vocero de la parte continental indicó el pasado sábado que si bien hay algunos auntos históricos (así los adjetivó) que les separan, “no deben afectar los lazos entre ambas partes del estrecho”.
Este año, ambas partes están elaborando un protocolo que permita suprimir el permiso de ingreso que los taiwaneses deben tramitar para llegar al continente. El año pasado 5 millones de isleños se trasladaron hacia el gigante por razones turísticas, y probablemente familiares y de comercio.
El intercambio comercial entre las partes es intenso, aun cuando las cifras se mantienen en reserva.
Una verdadera lección para Chile, Perú y Bolivia, países que con menos espaldas en lo económico. tienen un largo historial de rencillas y han permitido que un tercero que no vive nuestra realidad, como lo es la Corte de Justicia de La Haya, intermedie para resolver conflictos cuya solución debieran solucionarlos los propios países involucrados.
Y si les interesa mi experiencia en un viaje a Taiwán puede continuar leyendo este texto.
Lo cierto es que llegar a presenciar y experimentar en vivo y en directo esta cultura tan distinta a la nuestra es un privilegio y una oportunidad que tuve cuando un medio de comunicación en el que me desempeñaba como periodista decidió premiarme con este viaje.
Mi periplo a Taiwan
A Taiwán llegué sin que me lo propusiera. no estaba dentro de mi potencial económico llegar al mundo asiático: sólo el boleto de avión se mueve entre los US$ 2.700 en clase económica y hasta US$ 3.400 y en clase ejecutiva, se eleva por los 7 mil dólares.
Eso sin considerar que como el viaje desde Chile demora 30 horas, es necesario hacer escala en Estados Unidos o Europa para ir aclimatándose a la diferencia horaria que es de 12 horas y para quienes padecemos de insomnio tal diferencia resulta brutal: en China y al retorno.
La escala, por tanto, representa además un adicional en costo. El traslado y estadía fue invitación del Gobierno de Taipei e integraba, como única chilena, una delegación de periodistas latinoamericanos que recorrimos la isla para asimilar su realidad, por cierto con un gran y frustrante sesgo: la barrera del idioma que nos impidió conversar con el taiwanes común y corriente y conocer al isleño cotidiano, sus desafíos del día a día. ¿Como poder entendernos con aquellos que se expresan algunos sólo en chino mandarín y otros en cualquiera de sus 3 dialectos?
En una oportunidad en un pueblo debí salir para comprar una peineta y me ví obligada a hacerme entender con una penosa y desastrosa gesticulación.
Pero la observación debe ser un buen soporte para el periodista y lo que vi en el año 1996 es lo que se transmite siempre de las culturad orientales: un país disciplinado, volcado al trabajo, ensimismado en su día a día, con gente muy respetuosa, amable, alegre, tranquila y para nada interesada en extranjeros que va a hurgar en su realidad. Siempre que no se les contradiga, como relataré más adelante.
El comercio se mueve ágil ante los requerimientos de los consumidores, presto a entregar la mejor atención.
Y aunque el tráfico vehicular es endiablado, no hay mayores riesgos de circular por las calles.
Tampoco nuestros anfitriones nos advirtieron de ningún riesgo. Por el contrario, nos dieron las seguridades de poder recorrer el centro urbano sin ninguna aprensión. Eso ya es una invaluable calidad de vida.
La República de China se abrió al mundo occidental a partir de su asentamiento en Taiwán, pero eso no significa que los taiwaneses no mantengan su acervo cultural chino intacto, impoluto.
A extranjeros no se nos permite proceder desde Taipei para llegar hasta el coloso asiático. Al menos eso ocurría en la década de los 90: quise llegar hasta el gigante, pero me estaba prohibido proceder desde Taiwán y por tanto debía triangular y tomar una conexión, por ejemplo, hacia Japón, Vietnam o cualquier país del sudeste asiático, rumbo a Pekín: resultaba carísimo y complejo.
Los chinos, sean de Taiwán o de la parte continental son así, están acostumbrados a imponer las reglas.
Por eso les disgusta mucho que les contradigan: ahí sacan a relucir un carácter endemoniado.
Cuando iba rumbo a Taiwán, pasando por San Francisco, hubo un retraso en la salida del vuelo donde los occidentales nos contábamos con los dedos de la mano. El espacio frente al counter del aeropuerto desde donde accederíamos al avión se convirtió en un espectáculo: con chinos al medio gritando en su idioma, botando sus gorras y camperas al piso, pisándolas y exigiendo la salida inmediata.
Pero me gustó su frugalidad para vivir, allí era imposible distinguir entre ricos y pobres: todos ataviados con sus “camperas” en tonos grises, caminando apurados por las calles o bien desplazándose en unas “scooters”, de uniforme color negro, tan unísonas como los propios chinos: me vine con la duda de cómo reconocen la propia a la salida del trabajo: ¡todas iguales hacinadas en veredas y calles¡: cosas de chinos.
El año 1996, cuando viajé, la isla había comenzado ya su desarrollo, entre el llamado despertar de los tigres asiáticos. Se observaba un gran boom en la construcción, particularmente de edificios con diminutos departamentos- una edificación bastante gris y uniforme- porque además de que no tienen problemas para acomodarse en espacios reducidos, la disponibilidad de terrenos urbanos es escasa: más de 23 millones de habitantes viven en la cuarta parte del territorio, siendo uno de los enclaves más hacinados del mundo.
La isla está practicamente dividida en el desarrollo urbano en su sector occidental y el resto está constituido por una naturaleza montañosa de escarpadas alturas por donde trepa abundante vegetación.
No alcancé a mirar en vivo y en directo el Taipei 101, considerado el sexto rascacielo más alto del mundo, que vino a coronar el desarrollo que estaba alcanzando la isla. Una de las tantas razones- hay otras- a que debe el 101 es el número de pisos por sobre el suelo y que lo complementan otros 6 subterráneos. Una obra de ingeniería que desafía con el temple chino a la sismicidad existente en el territorio insular.
Las casas y viviendas unitarias son una excentridad. las construcciones bajas están dedicadas preferentemente a las tradicionales pagodas, que en gran número se observan en las afueras de la ciudad, en un constante fluir de fieles que se mezclan con los turistas. Ahí, y en Tailandia, país al cual después me asomé, pude comprobar cuantas formas asume el Dios Buda, que no tiene tampoco inconvenientes en cambiar de sexo.
La gastronomía taiwanesa me dejó exhausta: ellos comen todo, con elaborados procesos que impiden a los foráneos saber qué estamos comiendo.
Sentarse a una mesa china bajo una invitación de un nativo constituye un obsequio, una forma muy especial de ser acogido: la costumbre es también que el foráneo responda a ese afecto y no rechazar todo lo que se ofrece.
En los restauranes, los grupos se reunen en una mesa dotada de un tornamesa por donde circulan variadísimos platillos- los clásicos potes orientales- que los mozos están prestos a cambiarlos, una vez se desocupan.
La comida taiwanesa no guarda ninguna o muy poca relación con lo que acostumbran a ofrecer en restauranes chinos en Chile: el mayor parecido es que todo va picado, pero el clásico arroz, con trozoz de huevos y otras menudencias como pimentón, choclo y cebollín, nunca lo vi en una mesa taiwanesa y me explicaron que esa era una clara distorsión de preparaciones de taiwaneses que arribaron a Estados Unidos.
Todo lo que comí era una gastronomía desconocida. Lo más exótico es el Huevo Centenario: un desafío, porque se trata de un huevo preservado en cal viva o arcilla cuya yema muestra un color verdoso y un fuerte aroma.
Un componente importante de su dieta es el misua, que son fideos muy finos con distintas elaboraciones.
La ceremonia del té es muy especial. En restauranes habían mesas especiales donde un especialista vaciaba y volvía a llenar teteras con infusiones para obtener una textura especial.
En reuniones de trabajo, olvídese del café: predomina el té verde preferentemente que va en su versión más pura, sin azúcar. Y el té oolong, cultivado en las alturas, es patrimonio nacional
En definitiva, hay que aventurarse y probar de todo de una cocina que no encontrará en otra parte del mundo. En el hotel en que nos alojábamos, era un espectáculo en uno de sus 7 rastauranes, ver al chef preparar exquisiteces en una simple plancha de cocina, moviendo y bajando cuchillos: una misma plancha para montar platos desde el pescado, el cerdo, el vacuno y exquisitos postres: un artista.
El taiwán cotidiano lleva su cocina a las calles, donde se ofrece todo tipo de preparaciones porque no hay problema en instalar al aire libre cocinas con enormes fondos con sopas, de las cuales el taiwanés disfruta mucho.
Donde no concurrí fue a los mercados, donde se puede seleccionar la especie que está viva y que Ud. quiere comer. Mis compañeros de delegación disfrutaban en concurrir. Personalmente me marginé porque estimé que excedía mi cultura de estar disfrutando el comer una especie que hace algunos momentos ví vivo. Ni siquiera profundicé qué especies estaban disponibles. Simplemente no lo quise saber.
En los 90 ya se había instalado gringolandia con sus invasivos Mac Donalds, pero los taiwaneses sólo permitían el logo de esa marca. Impusieron los caracteres chinos y en las hamburguesas y otras preparaciones estaban muy presentes ingredientes de su propia cocina.
La paciencia china está muy presente en artículos de arte, más bien verdaderas artesanías elboradas en una infinita variedad de materiales que muestran un perfeccionamiento incomparable, como un tallado en un grano de arroz que era exhibido en una de las múltiples tiendas existentes.
Los precios eran inalcanzables incluso para un bolsillo generoso. Con nuestra apertura comercial, la mayoría de esas exquisitas creaciones era posible encontrarlas en Chile.
No tuve suerte de coincidir en mi estadía con alguna función operática china. Por ese espectáculo hubiese desempolvado mis bolsillos (ja,ja), pero nos llevaron a una presentación de danzas de indígenas chinos y eso sí que resultó una novedad.
La República de China es un país que no es país, con todos sus rituales y que no es más reconocido que una veintena de naciones que prefieren inclinarse ante el coloso continental.
Sin embargo, los productos taiwaneses- de las más variadas calidades- están presentes en todo el mundo, señal de los trabajólicos que son y cómo se las arreglan para que implícitamente se les reconozca.
Enfocados en la industra eléctrica y electrónica preferentemente, la semana reciente nos visitó una delegación comercial taiwanesa, para activar el intercambio comercial en este período en que esta república está siendo contagiada por su hermano mayor.
La República de China es nuestro noveno mayor comprador de exportaciones frutícolas.
Este viaje es un regalo que me otorgó mi profesión, como muchos otros que han sido obsequios de mi actividad.
No tuvo menores costos: generó ira, envidia y chaqueteo entre mis compañeros de trabajo, hasta uno que insolentemente se permitió preguntarme cómo lo había conseguido si generalmente se destinaba a jefaturas.
Como la iracunda consulta me la hizo después del viaje, yo venía empapada de cultura china y en ese estilo le respondí.
El viaje no lo agoté en la República China: seguí rumbo a Tailandia, que podría ser tema de otro relato.
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