Algunas Reflexiones sobre los Pactos de Silencio
El “Mamo”, la Iglesia Católica y todos aquellos que han tendido un manto de impunidad sobre actos repudiables tienen como denominador común el participar en una cofradía del secretismo culposo
Con la muerte de Manuel Contreras se habría sellado el Pacto de Silencio más vergonzoso de la historia contemporánea del país, porque este estratega de la tortura y de la muerte se llevó el secreto sobre el destino de centenares de desaparecidos.
Y precisamos en modo potencial que se habría sellado ya que aún sobreviven protagonistas de esa cofradía de la muerte que pueden hablar y terminar con la segunda fase de tortura que emprendieron con su Pacto de Silencio: sus segundos torturados han sido los familiares de sus víctimas a quienes les han negado el derecho a saber el destino de sus parientes.
Incluso podría estimarse que muchos de los mandos medios y clase operativa debieran disponer de mayor información que Contreras, quien- imagino- emitía las órdenes y poco le importaría el destino de las víctimas, sólo que el operativo se ejecutase y quedase encubierto bajo el vil manto de la impunidad y el secreto que en esos años era muy fácil imponerlo desde la esfera del Poder.
En la desaparición de las personas deben haberse organizado escuadrones, un trabajo en equipo y por tanto, muchos aun pueden testimoniar.
Despedir a un ser querido en momentos de su muerte es uno de los rituales más valorado por el ser humano y muchas otros especies, a las cuales se les denomina inferiores, también lo practican.
Por eso, señalábamos que negar a otros el derecho de inhumar el cuerpo de un familiar también es una forma de martirio: quienes han optado por participar de ese Pacto de Silencio han cometido una tortura sicológica con los parientes. Son verdugos que han descendido al nivel más inferior de la escala humana tras el acto criminal cometido.
Cuando falleció mi madre, no pude despedirla, estaba fuera del país en un perfeccionamiento y se optó por no comunicarme su deceso.
Nunca he hecho el duelo completo y ya no lo hice. Desencadenó varios acontecimientos posteriores porque trae consecuencias no asistir al ritual de despedida.
Mi experiencia se sitúa en un grado menor, comparada con la traumática vivencia en el caso de familiares de detenidos desaparecidos: a ellos se les impidió sepultarlos tras circunstancias agravadas por muertes violentas, en condiciones que se ignoran y con cuerpos cuyo paradero aun es desconocido.
Ha significado porconsiguiente, un acto de brutal crueldad, acrecentado más aún por el hecho que los torturadores dispusieron de décadas para meditar sobre la alevosía de estos episodios y han optado por su autoprotección, practicando este Pacto de Silencio.
En el Caso Quemados, hubo un conscripto que al cabo de los años resultó superado por los acontecimientos en que participó.
Muchos otros protagonistas de estos hechos debieran sumarse a su decisión que talvez permita al igual que en el atentado que sufrieron Rodrigo Rojas Denegri y Carmen Gloria Quintana llegar a la Verdad. No hacerlo se inscribe en una acción de gran cobardía.
Lo ocurrido en los 16 años de dictadura no es el único Pacto de Silencio que registra Chile.
Es talvez el más bestial, pero incluyamos también en esta repudiable estrategia del acuerdo en el encubrimiento, al hipócrita comportamiento de la Iglesia Católica que como gran predicadora de la Verdad y gladiadora contra el Pecado, ha tendido un gran pacto de silencio sobre los alevosos atentados cometidos por curas en todo el mundo contra niños y familias que les confiaron su protección y cuidado. Su actitud, por el contrario, rinde culto a la Mentira y al Pecado.
Ha sido una doctrina que ha mostrado un actuar altanero y ha eludido la sanción, al proteger y ocultar a sus predicadores. Los casos conocidos responden sólo a denuncias y presiones.
En Chile se ha deslegitimado el derecho clerical como referente institucional, particularmente en la condena de actos de corrupción, si ésta también anida al interior de la Iglesia Católica, y también en el tema del aborto, si con los atentados contra los niños, les arrebató su inocencia.
El manto de impunidad que ha trasversalizado la investigación en los Casos Penta, Soquimich y Caval también constituye un pacto de silencio y en su trama confluyen políticos y empresarios de derecha, de centro y de izquierda, que se han negado a colaborar con la Fiscalía, quienes no concurren a testificar al Parlamento y quienes desde distintas esferas del Poder han dispuesto serios impedimentos para llegar a la Verdad.
Al Servicio de Impuestos Internos a su vez se le impuso un manto de silencio a través de presiones que hoy tienen enfrentadas en los tribunales versiones de ex autoridades y funcionarios; se ha separado de sus cargos a quienes han intentado entregar información de las irregularidades cometidas, en tanto este servicio público, uno de cuyos postulados debiera ser la transparencia, mantiene sospechoso silencio e inacción inconvenientes y obstáculo para la agilidad de estas investigaciones y es un organismo que ha evitado también colaborar con la Justicia.
Los Pactos de Silencio siempre presentan la impronta de lo tenebroso: hay una suerte de vergüenza sobre lo que se oculta, pero se mantiene en la complicidad culposa que impide llegar al cenit de sincerar y asumir con valentía hechos que nunca debieron ocurrir.
Un Pacto de Silencio tiene por tanto una fuerte connotación de amoralidad. Son individuos que no logran llegar al arrepentimiento por sus faltas y eso hace meritorio que sean excluidos de la sociedad.
Callar resulta más cómodo, pero aprisiona; sincerar y asumir hechos monstruosos, libera.
A menos que sean mentes tan desquiciadas como para andar por la vida y subsistir, no obstante el peso de los delitos cometidos.
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