Pese a ser un autor polémico y controvertido, tuvo en vida profusos homenajes y reconocimientos del sector cultural, gratificación que no todos los escritores reciben aun pese a sus méritos (recordemos nuestra Gabriela Mistral).
El mayor premio fue el Nobel de Literatura (1996). Sus galardones provienen principalmente del mundo académico, ya que en el sector político se movió en la controversia que significó su militancia comunista, pero particularmente por los temas de sus novelas. Las reacciones del mundo eclesiástico, tras publicar su polémico “El Evangelio según Jesucristo”, le llevaron a una aún mayor consolidación como uno de los grandes de la Literatura Contemporánea.
Pero no sólo en su temática radica su postura rupturista. Su prosa provoca por su desprecio de las tradicionales normas de puntuación, así como por la presentación lineal de diálogos y de personajes que por su escasa identificación parecen representar al ciudadano común. Es difícil leerlo, pero igual cautivan sus temáticas.
Prolífico, su producción literaria estuvo vinculada, además de la novela y el relato, a la poesía y la dramaturgia.
El ciudadano común de Saramago es claramente identificable en la novela “Ensayo sobre la Lucidez” que motivó la siguiente columna. “Ensayo…” es un claro manifiesto de este autor sobre la Democracia y sus polémicos recovecos.
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