Pablo Andueza en el cielo y el mar
“El domingo pasado, en una playa de la región por la que paseaba, se sintió de pronto cansado, caminó unos pasos hacia el mar y súbitamente su corazón se detuvo…”.
La muerte inesperada de Pablo Andueza, abogado, apasionado activista de los temas patrimoniales, viñamarino de origen pero domiciliado en Valparaíso, nos ha conmovido a todos los que lo conocimos y frecuentamos.
No exagero si digo que a las accidentadas calles de esta ciudad les duele con intensidad esta partida, que el ascensor Reina Victoria baja más lento y gime más de lo habitual y que en el pasaje Melgarejo el viento sopla con menos furia y con más melancolía. Porque hay personas que están tan indisolublemente unidas a sus ciudades que no es posible separar a las unas de las otras.
En Valparaíso eso es más marcado todavía, pues uno se puede topar dos o tres veces en el mismo día con la misma persona, al punto que uno puede creer en la ubicuidad de esta y llegar a pensar que uno seguirá viéndola eternamente. Como si las leyes físicas del tiempo y el espacio aquí no existieran.
Era habitual ver a Pablo Andueza avanzar por la calle Salvador Donoso hacia la panadería Guria, fiel al mismo pan de siempre. O encontrarlo en una mesa de la pizzería Malandrino conversando con Patricio Caorsi, su dueño y amigo. O saliendo del ascensor Concepción o cruzando la plaza Aníbal Pinto de la mano de Emilia, su Beatriz, o con sus hijas. Y me ha parecido verlo un par de veces más después de su muerte y me he hecho la ilusión de poder continuar una conversación que tenía inconclusa con él.
Seguramente a Andueza le gustaba o le habría gustado mucho el poema “La ciudad”, que el poeta Constantino Cavafis escribió en la ciudad de Alejandría, porque parece haber sido escrito para él y para todos los que le han sido fieles a la ciudad puerto, más allá de las catástrofes, de la corrupción y de la ruina. “La ciudad irá en ti siempre. Vagarás / por las mismas calles y en los mismos barrios / te harás viejo / y en estas mismas casas encanecerás. / Siempre llegarás a esta ciudad / Para otro lugar -no esperes- / no hay barco para ti, no hay camino”. Es el poema perfecto para Andueza, salvo en esto: Pablo no envejecerá con nosotros. La ciudad, y nosotros con ella, sufriremos el deterioro de los años que vienen, pero él permanecerá igual a sí mismo en sus 52 años, detenido en su mirada limpia (pocas miradas tan limpias como la de él), en su afecto cordial, finura y en su sencillez.
Por la rara y escasa combinación de talento y virtud que había en él, tan escasa en estos días, pudo y debió perfectamente haber sido alcalde de esta ciudad o intendente. Pero nunca buscó el poder, a pesar de su pasión por la política. Es imposible imaginárselo participando de alguna rapiñería o repartija que tanto daño le han hecho a esta región y que él rechazó, al punto de renunciar a su militancia de años en su partido, el democratacristiano. Para alguien tan leal a sus afectos e ideales, esa renuncia debió ser muy dolorosa.
En Valparaíso, la Democracia Cristiana vendió su alma al diablo y prefirió a caudillos turbios que a un humanista cristiano de la talla de Andueza. Ese es el drama de nuestra política y eso explica por qué estamos donde estamos. Alejado de cargos de gran visibilidad, Pablo Andueza se convirtió en un tesonero luchador contra el proyecto del mall Barón, entre otras batallas.
El domingo pasado, en una playa de la región por la que paseaba, se sintió de pronto cansado, caminó unos pasos hacia el mar y súbitamente su corazón se detuvo. Tal vez su corazón generoso y honesto necesitaba del amplio horizonte del mar para despedirse y partir, ese mismo horizonte y borde costero abierto por el que luchó con ardiente paciencia, y que la desmesura inmobiliaria ha pretendido quitarles a los habitantes de Valparaíso. ¿Qué habrá visto Pablo Andueza en esos últimos instantes, en esa soledad cara a cara con el mar?
Yo creo que vio a la ciudad que amó -y a su propia alma- flotando en el aire, porque Valparaíso es la única ciudad del mundo en que el mar es cielo.
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