Bien una vez más Warnken, con su análisis de la nueva tragedia de Valparaíso a los inicios del 2017.
El escritor se ha transformado en un porteño y los porteños que amamos Valparaíso no podemos sino también hacer la mirada crítica de lo que está ocurriendo con este puerto, otrora la principal puerta de entrada al país.
Comparto su queja sobre las quebradas-basurales. Añado el desaseo en calles y avenidas particularmente en el sector “plan”, porque en los cerros los vecinos aun conservan la costumbre de barrer sus veredas. Agreguemos en la crítica, el comercio ambulante que disfraza la desocupación y que ha invadido veredas por donde es difícil circular.
Otro aspecto censurable son las fachadas, monumentos y señaléticas cubiertas con rayados que pretenden ser arte grafitero pero que no lo son.
Tras todos estos puntos negros se esconde una ciudad potente por su estilo arquitectónico que llevaba el sello del estilo francés en el “plan” de la ciudad y la particular imbricación de viviendas de la parte alta.
Los señoriales edificios del “plan” han ido desapareciendo, presas también de incendios, del descuido de la autoridad y los propios porteños por conservar bienes patrimoniales. Aquellos que no han desaparecido, en su primer piso se han instalado negocios que han arrasado con la línea clásica, al instalar letreros antiestéticos y a sus administradores no se les exige una mantención mínima.
Recordemos que el pasado 21 de mayo uno de esos edificios sucumbió bajo un atentado incendiario de enmascarados que cobró como víctima al modesto trabajador municipal Eduardo Lara. Esos individuos no tenían ninguna conexión con Valparaíso.
La ciudad ha experimentado la desprotección municipal que no estimó necesario preservar mediante decretos y plan regulador esas hermosas construcciones. Aquellas que han desaparecido son hoy sitios eriazos o han sido reemplazadas por anodinas y funcionales estructuras de vidrio, carentes de todo estilo.
Los basurales en quebradas se entronizaron desde que comenzaron a poblarse los cerros y los caminos aun no pavimentados eran la justificación para que esas viviendas fueran excluidas de la extracción de basura. Y porque además se permitió el asentamiento irregular de modestas viviendas al interior de las quebradas, sin que hubiese manejo de ese problema social.
Al viajar desde Valparaíso a Santiago por la Ruta 68 hay que enfrentar esos basurales, que se constituyen en una vergonzosa puerta de entrada para una ciudad declarada patrimonial. Desliza Warnken en su columna que “platica” con termitas y ratones. Esos huéspedes son históricos en Valparaíso. Y a nadie preocupa.
Ha llegado un nuevo alcalde a la ciudad. Es joven, foráneo y en ambas características habrá que radicar las esperanzas que tenga la energía y la mirada que nos sucede a quienes hemos vivido por largo tiempo afuera y cuando la visitamos, la vemos con ojos que no están contaminados con la cotidianeidad y entonces surge la crítica. Eso le debe suceder a Warnken que es también un foráneo internalizando la ciudad.
El porteño aun no comprende además que la basura que lanza a las quebradas constituye un activo conductor del amenazante fuego que combinado con el viento puede rápidamente convertir a la ciudad en un “Inferno” como tituló Warnken su columna de hoy en el Diario “El Mercurio” que colaboramos a difundir.
Inferno, II
“¿Quién salvará a Valparaíso de convertirse en el Infierno? ¿El Estado chileno que carece de un Plan Maestro efectivo para esta ciudad que fue la Fenicia de América? ¿O Valparaíso se salva solo y volverá a renacer de sus cenizas, con todos sus fantasmas?…”.
Allan Browne, diseñador y maestro de diseñadores de Valparaíso, en su libro “Valparaíso a la vista” cuenta que ante la pregunta de una de sus alumnas “¿cuál es el mito madre de todos los mitos de Valparaíso?”, él contestó: “El que está implícito en su nombre”: “El valle del Paraíso”. El poeta Andrés Sabella -dice Browne- celebraba el juego de palabras “va al paraíso”.
El mito matriz de Valparaíso está necesariamente ligado al del Cabo de Hornos. Quienes venían del Cabo de Hornos y arribaban a estas costas, creían haber escapado del Infierno y haber llegado al Paraíso. ¿Pero es Valparaíso más Paraíso que Infierno? Quien se atreva a subir y subir e internarse en las quebradas más altas, en los límites de la ciudad, el que llegue a esas alturas, tocará los bordes del Infierno. Allí donde todo es basura, donde no hay agua, donde no llegan los bomberos, ni los turistas, allí donde una vez me pareció leer en un cartel la famosa frase del Dante a la entrada de su Infierno: “Dejad aquí toda esperanza”.
Esa no es la ciudad boutique, sino la ciudad Patrimonio de la Miseria Universal , una ciudad-odisea que navega entre la negligencia y el abandono, sus Escila y Caribdis. Valparaíso es una de las pocas ciudades que tienen mito, pero es un mito siempre a punto de arder. Una vez soñé que la ciudad ardía por los cuatro costados y me encontraba con mi abuelo caminando como un fantasma entre las ruinas, diciendo “Valparraíso…”, con acento alemán. Él añoraba vivir en la ciudad donde todavía vivían descendientes de alemanes tan inútiles y solitarios como él.
El incendio fue ahora en Playa Ancha y tal vez Carlos León se esté paseando por estas cenizas. Carlos León, “El hombre de Playa Ancha”, escritor experto en medios tonos, en grises y en personajes grises, funcionarios públicos que toman un aperitivo en el Bar Inglés y el té en el Café Riquet, que ya no existe. Es que Valparaíso es como Comala, de Rulfo. Vivos y muertos se pasean por las mismas calles. Gonzalo Rojas jura haber visto pasar a Rubén Darío, poeta del siglo XIX, por la plaza Echaurren. Yo siempre me topo con Juan Cameron, en el Plan; Cameron está vivo, pero como lo diviso tantas veces en el día , a veces pienso que él está durmiendo siesta y manda a su fantasma o doble a pasearse por las calles. Como lo hacía Rimbaud en París.
¡Cómo me gustaría encontrarme con Ennio Moltedo en una esquina! Pero al poeta que dijo “no vayas a la Capital del Reino” (o sea, a Santiago) no le agradaría volver para ver este borde costero que tanto amaba degradado por la usura.
El viernes, antes del Año Nuevo y antes de cerrar mi oficina (y despedirme de mis compañeras termitas y ratones) en calle Errázuriz, dejé sobre el escritorio un librito que alguien me había pasado para leerlo después: “El incendio de Valparaíso”, del poeta Eduardo Correa, otro mito literario urbano. Al volver a mi oficina el martes, después del incendio, comprendí que el libro me había sido entregado como premonición. Abro al azar y leo: “Las llamas empezaban a cubrir los cortinajes del coro, caían chamuscados los sayales de los santos (…) Mi padre dijo: esto es un incendio y comenzaron a sonar las sirenas” .
¿Quién salvará a Valparaíso de convertirse en el Infierno? ¿El Estado chileno que carece de un Plan Maestro efectivo para esta ciudad que fue la Fenicia de América? ¿O Valparaíso se salva solo y volverá a renacer de sus cenizas, con todos sus fantasmas? Hay olor a quemado en el aire y tal vez la única respuesta al Infierno sea el silencio… En un balcón de la calle San Enrique, en 1948, Gonzalo Rojas escribió el poema “Al silencio”, una noche de apagón, en que hasta el mar se calló: “Oh, voz, única voz/ todo el hueco del mar no bastaría (..) para contenerte/ y aunque el hombre y este mundo se hundiera/ oh, majestad , tú nunca/ tú nunca cesarías de estar en todas partes”. Entre el ruido de sirenas y las chácharas declarativas, Valparaíso parece haberse quedado solo otra vez y se defiende con su propio silencio.
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