Ivo Pitanguy: el médico con manos y corazón de oro
El pasado domingo se anunció el deceso del cirujano brasileño Ivo Pitanguy, uno de los primeros especialistas en la banalizada cirugía estética.
Le recuerdo porque fue una de las numerosas entrevistas que realicé en mi trayectoria profesional y la clasifico entre las conversaciones gratificantes que tuve la suerte de realizar.
Una segunda es la de Tito Fernández, El Temucano, a quien también dedicaré un texto, tras su lamentable anuncio de retiro que es esperable sea con boomerang como ha sucedido con muchos artistas que hacen gira tras gira anunciando el cierre.
A estas entrevistas, los periodistas llegamos con un contexto virtual, así debe ser, y si no lo hacemos, estamos trabajando mal.
Lo anterior determina nuestra disposición y hay entrevistados que nos aportan sorpresas.
Admito que con Pitanguy tenía mis prejuicios, pero no podía dejarlo pasar, si estaba presente en un magno congreso de la especialidad en Viña del Mar. No costó nada llegar a él, me atendió de inmediato.
Me cambió la sintonía: era un hombre lindo por dentro que me sostuvo su nulo interés por mejorar su fisonomía. Modesto, discreto, gentil y sin ningún atisbo de la frivolidad que exhibían muchos de quienes circulaban por el lobby del Hotel O’Higgins, sede del encuentro.
Luciendo ternos lustrosos, un tanto enjoyados algunos, un escenario un tanto extravagante para ser un encuentro de especialidad.
Con Pitanguy conversamos en portuñol, no cabía otra posibilidad, pero no resultó difícil porque hablaba calmadamente, sin la estridencia ni el ritmo acelerado propio de los brasileños.
Le preocupaba a él que los cambios que las señoras solicitaban fueran armónicos con la persona.
Pero fundamentalmente abordamos la faceta más desconocida de su trabajo que se inició en la unidad de quemados de un centro asistencial brasileño. Eso le motivaba.
A pesar de su fama y la demanda de famosos internacionales que tenía por cambios estéticos, nunca abandonó el lado de menor lucimiento de su especialidad, la cirugía reparadora.
También guiaba a sus alumnos por esta veta más opaca y ellos le ayudaban a reconstrucciones estéticas de personas modestas que no contaban con los medios para tales intervenciones.
Me señalaba que un médico nunca debe abandonar su rol social.
Fue una entrevista en la lista grata de personajes a los que abordé y en la misma oportunidad me demostró la tontera de varios especialistas nuestros, porque una segunda entrevista a cirujanos plásticos chilenos generó una pugna entre ellos y un reclamo a la dirección del diario acusándome de haber hecho una mala “selección” de uno de los entrevistados y del otro, haberle dedicado más párrafos a su “competencia”, declaración de la Conacem, en definitiva, una pelea vulgar y silvestre.
Esta última entrevista me llevó a meditar ¿Y estos por qué no se harán una cirugía estética en sus cerebelos?
Dos recuerdos muy contrastados en una profesión que nos lleva a ver el lado prístino y el oscuro de los individuos.
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